TÃtulo : |
¡Bernabé, Bernabé! |
Tipo de documento: |
texto impreso |
Autores: |
Tomás de Mattos |
Editorial: |
Montevideo : Santillana |
Fecha de publicación: |
2000 |
Número de páginas: |
346 p |
ISBN/ISSN/DL: |
978-9974-671-93-5 |
Idioma : |
Español (spa) |
Palabras clave: |
LITERATURA URUGUAYA NOVELA HISTÓRICA |
Clasificación: |
D 12 |
Resumen: |
Entre abril y agosto de 1831, pocos meses después de la iniciación constitucional de la república del Uruguay, se llevó a cabo una matanza de indios charrúas que diezmó la población indÃgena, hasta ese momento aliada de las huestes independistas de José Gervasio Artigas. El sobrino del Presidente Fructuoso Rivera, el Coronel Bernabé Rivera, fue el encargado de organizar la emboscada que exterminó a los que habÃan sido hasta ese momento sus aliados. Los sobrevivientes fueron conducidos a Montevideo como prisioneros y las mujeres y niños entregados a familias para su «cristianización». Algunos fueron cedidos a un francés que los exhibió en ferias y circos europeos. Meses después, siempre en campaña contra algunas tribus dispersas, Bernabé murió en combate a orillas del rÃo Cuareim.
Conocido como uno de los episodios más sombrÃos de la historia del Uruguay —silenciado por unos, presentado como irremediable en el proceso de civilización del paÃs o denunciado por otros como un planificado exterminio— Tomás de Mattos lo retoma en ¡Bernabé, Bernabé! (1988) para construir una novela histórica o «crónica novelada» —como ambiguamente la caracteriza— donde, a partir del intrincado entrecruzamiento de lo real y lo ficticio, sugiere que el heroÃsmo puede encubrir actos criminales, según el punto de vista o el momento desde el que se reconstruye la historia.
Para ello, maneja tiempos y voces diferentes: el de un prólogo identificado solo por las iniciales de su autor, MMR, datado en octubre de 1946, donde se afirma haber rescatado el manuscrito de una extensa epÃstola fechada en septiembre de 1885 de Josefina Péguy, viuda de un prohombre y escritora aficionada, que habÃa investigado en el archivo familiar de los Narbondo la masacre acaecida cincuenta y cuatro años atrás. Más de un siglo separan los testimonios que se confrontan en las páginas de la misiva que le envÃa a Federico Silva, dueño del periódico El indiscreto de Tacuarembó.
«Nadie me conoce, soy mujer y a nada represento», se dice, aunque deba dejarse de «feminiles disquisiciones» para enfrentarse a su padre, a su esposo, a los polÃticos y militares que sostienen que Bernabé Rivera era de «estirpe homérica» y que los crÃmenes en los parajes de Salsipuedes y Mataojo fueron «el inexorable desenlace de una guerra de más de tres siglos» en la que se dirimÃa un irremediable conflicto entre la civilización y la barbarie. «Para los charrúas —afirma el sargento Gabiano —voz alineada con los verdugos y siempre dispuesto a ejecutar órdenes— la libertad era la perduración del Desierto: tierra sin cultivar, ganado sin cuidar, barbarie compartida», mientras que para ellos «la libertad era la posibilidad irrestricta de que cada ciudadano volcase el mayor esfuerzo para el progreso de su familia», antinomia que la tÃa Emilia resume afirmando que «la civilización y la barbarie se define en términos de limpieza, decencia y religión». Por el contrario su sobrina Josefina se avergüenza de que «nuestro Estado, tan liberal y republicano» ejecutara en menos de dos años la «masacre que los godos no osaron cometer en más de tres siglos». En efecto, no dejaba de ser contradictorio que el Uruguay independiente hubiera terminado con la pacÃfica coexistencia del régimen colonial español.
¡Bernabé, Bernabé! no es, sin embargo, una novela de denuncia maniquea. Por el contrario, explora sutilmente como en la guerra se pueden cometer atrocidades bajo la convicción de que se está haciendo lo justo, algo heroico de lo que no hay porque lamentarse. Las creencias polÃticas o religiosas impiden percibir que se ha cometido un crimen, al que fácilmente se transforma en «acto de guerra», en algo necesario o inevitable. En algunos casos, basta refugiarse en el hecho de que se han cumplido órdenes con lealtad para disipar toda sombra de arrepentimiento. Un argumento que —como recuerda el prologuista MMR— se esgrimió en los procesos de Nuremberg.
Tomás de Mattos, al proponer una reflexión sobre el poder al modo de Joseph Conrad (un autor que admira y cuya influencia no niega), inscribe ¡Bernabé, Bernabé! en lo mejor de la renovación de la novela histórica latinoamericana contemporánea: la que cuestiona sin dogmatismo las verdades de «la historia oficial.» |
¡Bernabé, Bernabé! [texto impreso] / Tomás de Mattos . - Montevideo : Santillana, 2000 . - 346 p. ISBN : 978-9974-671-93-5 Idioma : Español ( spa)
Palabras clave: |
LITERATURA URUGUAYA NOVELA HISTÓRICA |
Clasificación: |
D 12 |
Resumen: |
Entre abril y agosto de 1831, pocos meses después de la iniciación constitucional de la república del Uruguay, se llevó a cabo una matanza de indios charrúas que diezmó la población indÃgena, hasta ese momento aliada de las huestes independistas de José Gervasio Artigas. El sobrino del Presidente Fructuoso Rivera, el Coronel Bernabé Rivera, fue el encargado de organizar la emboscada que exterminó a los que habÃan sido hasta ese momento sus aliados. Los sobrevivientes fueron conducidos a Montevideo como prisioneros y las mujeres y niños entregados a familias para su «cristianización». Algunos fueron cedidos a un francés que los exhibió en ferias y circos europeos. Meses después, siempre en campaña contra algunas tribus dispersas, Bernabé murió en combate a orillas del rÃo Cuareim.
Conocido como uno de los episodios más sombrÃos de la historia del Uruguay —silenciado por unos, presentado como irremediable en el proceso de civilización del paÃs o denunciado por otros como un planificado exterminio— Tomás de Mattos lo retoma en ¡Bernabé, Bernabé! (1988) para construir una novela histórica o «crónica novelada» —como ambiguamente la caracteriza— donde, a partir del intrincado entrecruzamiento de lo real y lo ficticio, sugiere que el heroÃsmo puede encubrir actos criminales, según el punto de vista o el momento desde el que se reconstruye la historia.
Para ello, maneja tiempos y voces diferentes: el de un prólogo identificado solo por las iniciales de su autor, MMR, datado en octubre de 1946, donde se afirma haber rescatado el manuscrito de una extensa epÃstola fechada en septiembre de 1885 de Josefina Péguy, viuda de un prohombre y escritora aficionada, que habÃa investigado en el archivo familiar de los Narbondo la masacre acaecida cincuenta y cuatro años atrás. Más de un siglo separan los testimonios que se confrontan en las páginas de la misiva que le envÃa a Federico Silva, dueño del periódico El indiscreto de Tacuarembó.
«Nadie me conoce, soy mujer y a nada represento», se dice, aunque deba dejarse de «feminiles disquisiciones» para enfrentarse a su padre, a su esposo, a los polÃticos y militares que sostienen que Bernabé Rivera era de «estirpe homérica» y que los crÃmenes en los parajes de Salsipuedes y Mataojo fueron «el inexorable desenlace de una guerra de más de tres siglos» en la que se dirimÃa un irremediable conflicto entre la civilización y la barbarie. «Para los charrúas —afirma el sargento Gabiano —voz alineada con los verdugos y siempre dispuesto a ejecutar órdenes— la libertad era la perduración del Desierto: tierra sin cultivar, ganado sin cuidar, barbarie compartida», mientras que para ellos «la libertad era la posibilidad irrestricta de que cada ciudadano volcase el mayor esfuerzo para el progreso de su familia», antinomia que la tÃa Emilia resume afirmando que «la civilización y la barbarie se define en términos de limpieza, decencia y religión». Por el contrario su sobrina Josefina se avergüenza de que «nuestro Estado, tan liberal y republicano» ejecutara en menos de dos años la «masacre que los godos no osaron cometer en más de tres siglos». En efecto, no dejaba de ser contradictorio que el Uruguay independiente hubiera terminado con la pacÃfica coexistencia del régimen colonial español.
¡Bernabé, Bernabé! no es, sin embargo, una novela de denuncia maniquea. Por el contrario, explora sutilmente como en la guerra se pueden cometer atrocidades bajo la convicción de que se está haciendo lo justo, algo heroico de lo que no hay porque lamentarse. Las creencias polÃticas o religiosas impiden percibir que se ha cometido un crimen, al que fácilmente se transforma en «acto de guerra», en algo necesario o inevitable. En algunos casos, basta refugiarse en el hecho de que se han cumplido órdenes con lealtad para disipar toda sombra de arrepentimiento. Un argumento que —como recuerda el prologuista MMR— se esgrimió en los procesos de Nuremberg.
Tomás de Mattos, al proponer una reflexión sobre el poder al modo de Joseph Conrad (un autor que admira y cuya influencia no niega), inscribe ¡Bernabé, Bernabé! en lo mejor de la renovación de la novela histórica latinoamericana contemporánea: la que cuestiona sin dogmatismo las verdades de «la historia oficial.» |
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